Hoy he visto en los medios que el Eurogrupo presta 100.000 millones al FROB (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria, dependiente del gobierno), para que éste pueda recapitalizar las entidades que están, digámoslo claramente, quebradas o a punto.
En este artículo de Juan Ramón Rallo se analiza, rápidamente pero con seriedad, lo que eso significa, pero a mí me ha dado por pensar ¿cómo hemos llegado a esta situación?
Me inclino a pensar que en un 90% se puede atribuir la responsabilidad de este DESASTRE a las cajas de ahorros. El artículo está en pasado porque voy a escribir la situación de las cajas antes de la debacle, ahora puede ser algo diferente.
Las cajas de ahorro eran unas entidades que se caracterizaban por ser entidades de carácter fundacional que no tenían dueño. Se decía que los dueños eran los depositantes de dinero en las mismas, lo cual es una bobada, pues el dueño de una cosa suele tener derecho a decidir qué quiere hacer con ella; y en las cajas de ahorro, en la práctica, los que decidían lo que se hacía con ellas eran los partidos políticos, corporaciones locales y regionales (gobiernos) y sindicatos.
Las cajas de ahorro eran entidades sin ánimo de lucro, osea que no podían repartir dividendos, porque no tenían accionistas. En vez de eso los beneficios se tenían que repartir en «obras de acción social». En la práctica, eso significaba que los consejos de administración (anteriormente referidos como partidos políticos, gobiernos y sindicatos) se esforzaban al máximo para reducir los beneficios contables (inflando los sueldos de todo el mundo, trabajadores de a pie incluidos por cuenta de los sindicatos, inflando los gastos siempre gastados en otras entidades amigas e inflando las pensiones y planes de pre-jubilación de todo el personal, siempre los del consejo de administración a la cabeza), eso suele pasar en todas las entidades que tienen un consejo de administración, lo que pasa es que en las entidades con ánimo de lucro los dueños pueden controlar al consejo de administración, en las cajas no.
Además, los beneficios que sí que se declaraban se repartían en «obras de acción social», que solían ser asignadas a fundaciones de los amigos de los gestores, ya fueran de políticos para actos de campaña, de amigos para financiar empresas, de sindicatos para dar cursillos, o de ayuntamientos para arreglar tal cosa o tal otra -que generalmente también se le adjudicaba la obra a otro amigo de alguien de por allí-. Siempre se hacía de tal manera que, por más que se barriera el dinero de acá para allá, quedaba todo dentro de casa. Eso sí, llenaban las calles de carteles cada vez que arreglaban la fachada de una iglesia, o que ponían un banco (de los de sentarse) en la plaza de un pueblo, o que financiaban unas jornadas sobre la cultura andina con carpas absolutamente inútiles en la plaza mayor de alguna cuidad (siempre, como digo, adjudicando estas tareas a gente amiga que al final se quedaba el dinero). Esto conseguía que la gente estuviera contenta, porque, según su perspectiva, las cajas hacían cosas buenas por los pueblos o las ciudades, y lo hacían gratis. Así que la gente confiaba en ellas y dejaba allí su dinero depositado y con una sonrisa.
Todo esto derivó, como no podía ser de otra forma, en una gran cantidad de pajarillos picoteando del lomo de las cajas de ahorro. Todos metidos en los consejos de administración enchufados por éste o por aquél. Todos querían seguir comiendo de gratis, de una cosa «tan buena» y todos querían seguir barriendo para su lado de la casa. Antes del estallido de la crisis, con la burbuja en plena hinchazón, todos los integrantes de esos consejos vieron con buenísimos ojos que se pudiera aprovechar la coyuntura para que las cajas hicieran aún más caja, y así hubiera más que repartir. Además algunas empresas relacionadas con el ladrillo, y propiedad de amiguetes de los integrantes de esos consejos o de quien los había puesto allí, tenían necesidades de financiación cada vez más acuciantes. Las cajas, cargadas de gestores que no tenían ni idea de otra cosa que no fuera picotear, se metieron en camisas de once varas. Su gestión se reveló igual de eficiente que un molinillo de la feria para dar aire. No quedó prácticamente ni una en pie. Y arrastraron con ellas a otras entidades que no tenían mucha fortaleza y cuya gestión tampoco es que fuera brillante. Y además, en los consejos de administración, todos esos pájaros que por allí andaban, en vez de volar se convirtieron en aves de rapiña. Tan acostumbrados como estaban a vivir de picotear siguieron desgarrando el cadáver putrefacto de sus respectivas cajas, asignándose pensiones y sueldos escandalosos, con la diferencia de que la situación ya no era la misma de antes, y la gente común ahora ya no ve los carteles de la «obra social» en las plazas de su pueblo y además allí donde huele a dinero aparecen 250 periodistas a preguntar de dónde ha salido, porque no abunda.
La solución adoptada por los políticos (no olvidemos que eran la parte más representada en los consejos de administración, pues los gobiernos también los controlan ellos) hasta ahora ha sido meter la mierda debajo de la alfombra, fusionar unas cajas con otras, jugar al despiste, espantar a algún que otro buitre y hacer como que no pasaba nada. Pero ya no se ha podido hacer durante más tiempo. Hay que sacar la basura. Ahora parece que se tapa el agujero con un dinero que nos prestan a todos (al gobierno) desde Europa y que todos nos vemos obligados a prestar a las cajas. 100.000 millones ni más ni menos. Lo de meter a los responsables de esto en la cárcel es tan inverosímil que a nadie se le pasa ni por la cabeza. No habría cárceles suficientes en España. Esperemos al menos que el modelo de las cajas de ahorros, cargado de tan buenas intenciones, pero con tanta ingenuidad y tanta estupidez, no se repita en el futuro para no tener que lamentar otra catástrofe como la actual.