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Escribo esta entrada después de mucho tiempo de ausencia, tras mi retorno del extranjero y el periodo vacacional. Cuando volví a España podía mirar a nuestro país como si yo mismo no fuera español, aunque esa perspectiva me duró poco, ya que no tardé en involucrarme emocionalmente en lo que aquí se está viviendo, además de verme afectado igual que el resto de españoles por la situación que aquí se vive.

Me di cuenta de que, mientras desde fuera se ve a nuestro país como un foco de incertidumbre, a punto de ser rescatado (con todo lo que eso involucra, ya que ser rescatado significa no ser capaces de hacer frente a nuestros pagos con el extranjero como país), y desde dentro lo que percibía es que lo único que importaba era ganar una Eurocopa de mierda y salir a la calle para celebrarlo bebiendo cualquier bazofia que tuviera algún grado de alcohol. Vi más banderas de España en las calles que en toda mi vida. Parecía que cuando más avergonzados tendríamos que sentirnos de ser Españoles, de ser insolventes, más orgullosos estábamos. Eso sí, todo el mundo quejándose de los otros. Ya sea de los mercados, de los políticos, de los banqueros, de los funcionarios, de los que ganan mucho dinero… de todo menos de nosotros mismos.

La realidad es que el cáncer de España somos  nosotros mismos. Somos ladrones. Aguantamos y amparamos a los ladrones porque nos sentimos identificados con ellos. La gente copia en los exámenes, se droga, se emborracha, roba, se esfuerza por no trabajar; y la gente somos todos. No nos ponemos en contra del que roba, nos ponemos en contra del que tiene dinero, porque vemos que nosotros seremos incapaces de tenerlo jamás. No pedimos la oportunidad de dejarnos intentarlo, de esforzarnos por conseguirlo honradamente aportando a la sociedad, pedimos que se les niegue a quien ya lo consiguió, independientemente de cómo lo hiciera. No somos violentos, pero no porque estemos convencidos de que la violencia es mala, sino porque sabemos que egoístamente no nos beneficia jugarnos el pellejo, cuando la violencia es ejercida impunemente (huelgas, acontecimientos deportivos…) no tenemos ningún problema en ejercerla. Nadie denuncia los comportamientos que cree que pueden ser deshonestos si cree que esa denuncia puede perjudicarle lo más mínimo, y nadie hace nada para que no se perjudique al que denuncia con razón estos comportamientos. Nadie pretende que no se robe; pretende que no se le robe a él.

Los alemanes no quieren prestarnos el dinero. Normal. Yo tampoco nos lo prestaría si el dinero fuera mío. No tienen por qué aguantar nuestra idiosincrasia y nuestras estúpidas costumbres que nos han llevado a la situación en la que estamos. No tienen por qué pagar a la gente que nosotros permitimos que vivan del presupuesto público sin aportar nada a la sociedad.  Además ven que, incluso en la situación patética que nos encontramos, seguimos viviendo mejor que ellos, y casi nadie se priva de nada. Seguimos con nuestras fiestas, nuestras tapas y nuestras cañas, nuestros toros y nuestras playas, diciendo que somos pobres y que nos ayuden, poniendo la mano como si fuéramos mendigos, y gastándonos irresponsablemente lo poco que nos queda o que nos dan. Sin intención de renunciar a nada, porque son «nuestros derechos».

Seguimos con nuestras disputas estúpidas, a causa de estupideces irrelevantes en los tiempos que corren, y aplaudiendo con las orejas a los que están por encima de nosotros y nos dan la razón en estas estupideces, sin darnos cuenta que esos mismos son los que nos siguen llevando por donde a ellos les interesa. Esos mismos son los que no aportan absolutamente nada positivo a la sociedad y se llevan cada mes lo que otros sí que han aportado, sin importarles ya si esas personas que sí que están aportando serán capaces de sostenerse ellos mismos antes de tener que sostenerlos a ellos. Seguimos barriendo cada uno para nuestra casa, barrio, pueblo, cuidad o comunidad autónoma sin importarnos la mierda que les pueda caer encima a los demás por causa de nuestras acciones, remando cada trozo del país en direcciones opuestas y manteniendo a todos los timoneles que hacen que el país no avance hacia ningún sitio.

Lo que he podido observar de los españoles que van al extranjero es que somos realmente odiosos. Si los que vinieran a España hicieran aquí lo mismo que hacemos nosotros fuera los sacaríamos a patadas. El español no se esfuerza absolutamente nada por adaptarse al sitio donde va. No se mezcla con la población autóctona a no ser que no pueda evitarlo. No aprende el idioma local. Si hay más españoles no quiere saber nada de los demás. Se ríe de todo aquel que no es capaz de comunicarse con él y lo trata como si fuera idiota, sin además darse cuenta de que también es él quien no es capaz de comunicarse con los otros.

El español se ha convertido en un ser mediocre. Lo que se nos ha enseñado desde que somos pequeños es que tenemos que ser mediocres. Al que destaca por arriba o por abajo se le machaca, desde que somos pequeños en las clases del colegio, el empollón o el tonto recibe las burlas de sus compañeros. Al único que se respeta es al mediocre. No se premia el esfuerzo, en lugar de eso se fomenta la envidia y se educa para no ser objeto de ella. Cuando crecemos seguimos igual, intentando no ser pobres pero tampoco esforzándonos para ser ricos. Los programas de la tele son mediocres y triunfan porque nosotros lo somos. No hace falta ni fomentar la ignorancia, nace sola de nuestra mediocridad. Nuestros políticos son mediocres porque nosotros elegimos a gente mediocre. Porque, nos guste o no nos guste, nos representan mejor de lo que nos gustaría. Parece que la única excepción a esta regla es el deporte, en el único sitio en el que es aplaudida la excelencia y se permite que el que destaque sea respetado, creando la falsa ilusión de que todos estamos con ellos y todos somos igual de excelentes porque ellos ganen.

Tristeza. Eso es lo que siento por la España que me ha tocado vivir y que casi seguro me tocará abandonar.


Leyendo el otro día los comentarios de una entrada de cierto blog, se me ocurrió lo que ahora voy a proponer (aunque seguramente no sea al primero al que se le ocurre.

Estupidez: «Una persona estúpida es aquella que causa pérdidas a otra persona o grupo de personas sin obtener ninguna ganancia para sí mismo e incluso incurriendo en pérdidas.» (copiado textual del blog antes referido, en el que se citaba a Carlo M. Cipolla).

Inteligencia: Una persona inteligente sería aquella que genera beneficios para sí misma, independientemente del beneficio o perjuicio causado a los demás.

Maldad: Una persona mala sería aquella que con tal de obtener obtener beneficios para él, causara a los demás pérdidas. O bien que fuera capaz de asumir pérdidas propias con tal de que las pérdidas de los demás fueran mayores.

Bondad: Una persona buena, por el contrario, trataría de obtener beneficios sin causar pérdidas a los demás. Y también estaría dispuesto a asumir pérdidas si eso supusiera  beneficio para los otros.

MALO/BUENO

Combinando estos conceptos podríamos tener:

Estúpidos malos: Causantes de pérdidas en los demás asumiendo pérdidas propias.

Estúpidos buenos: Causantes de beneficios en los demás a costa de pérdidas propias.

Inteligentes malos: Generadores de pérdidas ajenas y de beneficios propios.

Inteligentes buenos: Generadores de beneficios para los demás y para ellos mismo.

Si intentáramos maximizar el beneficio común, podríamos observar como los únicos que sobran los los estúpidos malos. Los estúpidos buenos que habría que conservar serían los que generan para los demás más beneficio que sus propias pérdidas. Los inteligentes malos que interesan son los que causan menos pérdidas a los demás que el beneficio que generan para sí mismos. Los inteligentes buenos serían beneficiosos en cualquier caso.